THE OUTLIERS Y LA NOTA DISONANTE
Ahora que llega la navidad y con ella un cambio de año más deseado que de costumbre por todas las cosas que queremos que queden atrás, aprovecho para revisar lecturas pendientes e ir acomodando esos libros que merecen una segunda (o tercera) vuelta.
Lo mismo hago con mis discos favoritos, esos que esperan que mi estado de ánimo fluya en la dirección precisa para volver a “tocarme la fibra”.
Y en esas estaba esta tarde cuando, como si de un eclipse total se tratara, se han alineado “Outliers, the Story of Success” y “Las Cuatro Estaciones de Vivaldi”.
Decía Gladwell, autor de la obra que comento, que todos queremos ser mejores en algo. Nos encantaría destacar en nuestro trabajo, en nuestro deporte, con nuestros amigos o simplemente en redes sociales. Sin embargo, ahí, en ese magnífico libro que aborda la excelencia, describe cómo son necesarias más de 10.000 horas de sacrificio, de equivocarse y volver a intentarlo, de deshacer el camino para trazarlo de nuevo, para llegar a un estado de perfección tal que así merezca ser llamado.
¿Cuántos estamos dispuestos a realizar ese esfuerzo? ¿Cuántos de verdad perseveran lo suficiente en sus pasiones o devociones para llegar ahí? La mejor obra sobre psicología del éxito, titulada “Mindset: The New Psychology of Success”, de la doctora Carol S. Deweck lo tiene claro: han de darse unas circunstancias muy especiales en una persona y su contexto para lograr un nivel de excelencia tal que no haya posibilidad de debate.
Y mientras escribo mi lista de propósitos para 2021, pensando en qué sacrificios estoy dispuesto a hacer para lograr aquello que me hace feliz, me acuerdo de Cynthia Miller, violinista, que, de pequeña, tuvo una infancia tan complicada que llevarse un trozo de pan a la boca ya era todo un triunfo. Y cuyas ganas de ser alguien, algún día, en el mundo de la música, la llevaron a renunciar a casi todo lo que hacían las niñas de su edad por llegar a tocar “L’Inverno” de Vivaldi como sólo ella podía visualizarlo en su cabeza.
Entro en Youtube y la busco. Segura de sí misma. Es primer violín y se dispone a tocar L’Inverno. Le brillan los ojos y es como si ya no se acordara de ningún sacrificio. O igual es al contrario, y se acuerda de todo. Y sonríe. Y mira a su alrededor como diciendo -¿veis que yo tenía razón?- Y un minuto y 20 segundos exactamente después de darle al play se me cae la primera lágrima al tiempo que un escalofrío me eriza la piel inevitablemente.
La imagino, mientras mueve los dedos a una velocidad endiablada lanzando notas que inundan todo a mi alrededor, “a la severa espera del horrible viento”(Vivaldi), en un cuarto chiquitito y oscuro, practicando con un violín prestado, abrigada y con guantes con las yemas cortadas porque en su casa no podían pagar calefacción, mientras sus amigas salían a dar una vuelta por los sitios de moda.
El precio a pagar por la perfección. Por la felicidad. Por hacernos felices a muchos.
Y por llenar mi navidad de nuevos propósitos para el año nuevo.